¡AVE, CÉSAR! una crítica de Alberto Carpintero | alberto@planeta5000.com

 


Regresan los Coen, esos hermanos directores que nos volvieron majaras en los años 80 y 90 con pepinazos tan extremos e inolvidables como Sangre fácil, Arizona Baby, Muerte entre las flores, Barton Fink, El gran salto, Fargo y El gran Lebowski, vamos, toda su obra hasta entonces. Unos auténticos maestros para muchos que empezábamos a sentir el gusanillo de eso de hacer cine. Esas obras permanecen imborrables en nuestras cabezas y corazones, pero el nuevo siglo no les sentó tan bien.


Empezaron el 2000 con O Brother!, comedia musical homérica. Divertida y mágica, pero no redonda. Y después vino El hombre que nunca estuvo allí (2001), relato de cine negro clásico, contenido y magistral, pero no apasionante. Les siguieron unas cuantas obras llamadas menores, pero importantes dentro del cine coetáneo, de entre las que destacan, No es país para viejos (2007) y A propósito de Llewyn Davis (2013).


Esta nueva película, con su nombre original Hail, Caesar!, vuelve a sumergirnos en la industria del cine del Hollywood dorado y en la estructura de cine negro clásico. A diferencia de Barton Fink (1991), que trataba sobre la locura de un guionista de Hollywood en los años 40, al enfrentarse a un bloqueo mental, ésta abarca mucho más campo, poniéndonos en la piel de un jefe de producción que tiene que lidiar con la imagen moral del estudio, alejando prensa amarilla y limpiando los desastres que ocasionan las estrellas “perfectas” de la época más brillante del cine. Pero, no solo seguiremos a este productor, también viviremos la paciencia de los directores ante los malos actores, los tejemanejes que se ocultan en las salas de edición, en los platós y en los despachos, y el complejo y cerebral movimiento comunista que nos sacude y convence con compañerismo y buenos conceptos, pero que nos acaba quitando el capitalismo de unas cuantas bofetadas.


Estamos ante una obra por momentos genial y única pero con una arritmia que perjudica al resultado final. Eso sí, los intérpretes están todos estupendos, brillando con más luz, como siempre, el enorme George Clooney, que hace de una especie de Charlton Heston, entrañable y manipulable a partes iguales. Aunque le sigue de cerca Alden Ehrenreich, que interpreta al vaquero actor Hobie Doyle, haciendo de mal y buen actor al mismo tiempo que hace piruetas a caballo o con el lazo, seguramente muchas de ellas trucadas. Una joven promesa a tener muy en cuenta.


Puede que dentro de unos años esta película sea un clásico, como lo es ahora El gran Lebowski, que en su día se llevó unos cuantos palos, pero lo que no cabe ninguna duda es que de lo que llevamos de año es de lo más destacable.

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